Lupillo: “Hagamos un alto aquí y retrocedamos unos cuantos años atrás para no caer en lo que pudo o no pudo ser, quiero hacer un paréntesis aquí y luego retomar el hilo de la historia más adelante, en éste momento siento ganas de expresar mi agradecimiento eterno para la “raza” que me alivianó sin reserva ni egoísmo. A todos aquellos amigos que abrieron el corazón y me ayudaron “pasándome corriente” o como se decía en aquellos tiempos pasándome la “onda” para después de estar gateando enseñarme a caminar por esta vereda musical.
Mis primeros pasos…días inolvidables: Benito Correa, un muchacho recién llegado al barrio, se mudó con su familia a la vecindad contigua donde yo vivía (calle 7, entre Negrete y Ocampo). Al día siguiente de su llegada estaba yo observando desde una gran barda que dividía su vivienda con la mía absorto -casi hipnotizado- escuchando el sonido mágico que salía de su guitarra acústica, salté de azotea en azotea y luego hacia un gran pirul el cual baje rápidamente acercándome poco a poco sigilosamente…como un gato. llegué como a tres metros de él y me senté en el suelo sin interrumpirlo, él sentado en unos escalones en el pequeño patio de su casa, seguía tocando sin darse cuenta de mi presencia y de repente bruscamente dejó de tocar asustado por la sorpresa y soltó una carcajada al verme con la boca abierta y la baba de fuera. Ahí empezó nuestra amistad y una relación de maestro y alumno, yo no tenia guitarra pero mi papá sí, la cual guardaba celosamente arriba de un ropero, él trabajaba cantando y tocando en un mariachi pero en los momentos que no estaba en casa con muchos nervios yo tomaba su guitarra (sin permiso) para repasar lo que Benito me enseñaba.
Mis primeros pasos…días inolvidables: Benito Correa, un muchacho recién llegado al barrio, se mudó con su familia a la vecindad contigua donde yo vivía (calle 7, entre Negrete y Ocampo). Al día siguiente de su llegada estaba yo observando desde una gran barda que dividía su vivienda con la mía absorto -casi hipnotizado- escuchando el sonido mágico que salía de su guitarra acústica, salté de azotea en azotea y luego hacia un gran pirul el cual baje rápidamente acercándome poco a poco sigilosamente…como un gato. llegué como a tres metros de él y me senté en el suelo sin interrumpirlo, él sentado en unos escalones en el pequeño patio de su casa, seguía tocando sin darse cuenta de mi presencia y de repente bruscamente dejó de tocar asustado por la sorpresa y soltó una carcajada al verme con la boca abierta y la baba de fuera. Ahí empezó nuestra amistad y una relación de maestro y alumno, yo no tenia guitarra pero mi papá sí, la cual guardaba celosamente arriba de un ropero, él trabajaba cantando y tocando en un mariachi pero en los momentos que no estaba en casa con muchos nervios yo tomaba su guitarra (sin permiso) para repasar lo que Benito me enseñaba.
Papá de Lupillo
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